El parque del Distrito Este. Capítulo 3
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Al llegar al Palacio del Distrito lo recibió su secretario, cargado de papeles, y lo condujo a la sala de reuniones. Le esperaban, ya sentados, los directores de las distintas secciones. El Jefe del Distrito no había preparado ningún discurso. No lo necesitaba. De pie en su sitio al extremo de la mesa les dijo:
“Señores y señoras, cada uno de ustedes me hace sentir un profundo orgullo. Son ustedes unos grandes profesionales. La tarea que les impuse de pronto, además de las que ya llevaban y siguen llevando a cabo con incomparable diligencia, no era nada fácil, pero deseo que sí les resulte tan gratificante como a mí. Ha llegado el día. Hoy abrimos el I Concurso de Diseño de Parques del Distrito Este. Hoy abrimos con una ilusión enorme un enorme proyecto que llenará a muchos de ilusión. Así que manos a la obra y demostremos a los ciudadanos que estamos para servirles. Muchas gracias.”
Se abrió a las 9 de la mañana el proceso de inscripción. La misma funcionaria que había atendido a los interesados durante semanas, ayudada por dos de sus compañeros, fue la encargada del registro de participantes. La mesa estaba dispuesta. Había tres grandes montones de papel: el primero era el de las bases y requisitos del Concurso, el segundo eran los mapas del solar en el que se construiría el diseño ganador y el último eran libritos en que se habían recogido los distintos bocetos de Kuttu. Cada participante recibía, a cambio de sus datos, un ejemplar de cada montón y se iba con los deberes de volver al cabo de un mes exacto con un diseño propio. Pasaron por la oficina bastantes más personas de las que habían sugerido las apuestas entre los funcionarios a cargo del registro de participantes. En total, ciento sesenta y siete. Cada uno de ellos seguido por alguien completamente diferente. Por ejemplo, después de un maestro de escuela retirado pero que siempre estaba ocupado, con barba blanca y ojos de quien sabe escuchar de verdad, entró a inscribirse una joven que veía en el Concurso la ocasión para decidirse de una vez por todas entre la biología y la arquitectura, y a continuación llegó un cuarentón al que no le faltaba de nada y a quien la idea del Concurso le parecía un excelente pasatiempo. Lo cierto era que, aunque muchos no repararon en ello, gran parte de la magia que brotaba del Concurso era su capacidad de reunir a representantes de todas las categorías sociales concebibles bajo el mismo reto: imaginar un espacio que integrara los sueños del joven Kuttu y sus propias ideas. Durante un mes, ciento sesenta y siete personas encontraron tiempo para dejar de lado sus quehaceres diarios y sentarse a una mesa, lápiz en mano, a inventar y reflexionar sobre cómo les gustaría que fuera el que se convertiría en el espacio público más concurrido del Distrito Este.
Como cabía esperar, no todos los inscritos presentaron un diseño, pero noventa y seis personas sí volvieron a la oficina. Algunos estaban nerviosos, otros visiblemente satisfechos con sus esfuerzos, algunos divertidos y aun otros con más ganas de cotillear las propuestas de sus competidores que de presentar la suya. Así fue como el día 5 empezó la fase de revisión de los diseños por el Comité de Expertos. Su cometido era asegurarse de que cada uno de los planos presentados se ceñía a las normativas urbanísticas y, por tanto, era posible llevarlo a cabo en caso de que resultara ganador.
Las normas que descartaron a un mayor número de diseños fueron las de seguridad, aunque algunas propuestas tuvieron que ser rechazadas por motivos menos predecibles, como la de un joven que imaginó la construcción de un tobogán completamente de oro, lo cual era simplemente una idea demasiado ambiciosa. El Comité de Expertos no pudo dejar de sorprenderse por la creatividad de los participantes. El abanico de diseños era increíble: incluía desde el parque más convencional y aburrido, con bancos tradicionales, vegetación escasa y predecible y los materiales más comúnmente utilizados en cualquier obra, hasta los espacios más futuristas e inesperados, con atracciones solo para los más atrevidos (con nombres como “Tsunamitrón” o “Elevador de Almas”), rincones habilitados para las actividades más inverosímiles o servicios nunca antes ofrecidos en un parque. Aunque por motivos diversos, algunos de los bocetos más comentados entre los integrantes del Comité fueron un diseño que preveía la instalación de una caja capaz de estimar el número total de células que componían los objetos introducidos en ella, otro que destinaba una sección del parque a un taller permanente de elaboración de pomadas naturales con plantas curativas cultivadas allí mismo y el de otro participante que sugería dedicar el parque al inventor de las máquinas recreativas y rendirle homenaje con un sistema interactivo que convertía el suelo del parque en un gran juego del que el visitante era el protagonista (cosa que, de haberse llevado a la práctica, habría seguramente colapsado el sistema informático el primer día, ya que la asistencia fue masiva).
Finalmente, de los noventa y seis proyectos inscritos, solo treinta y cinco se juzgaron realizables y fueron, por tanto, admitidos a la siguiente fase del Concurso. Los sesenta y un participantes que no fueron admitidos recibieron una semana después de haber entregado sus diseños una carta redactada a mano por el Jefe del Distrito agradeciéndoles infinitamente su colaboración y el empleo de su ingenio en una actividad en última instancia altruista como era la creación de un espacio público. Asimismo, se podía leer en la carta, el Jefe del Distrito les felicitaba sinceramente y les animaba con la mayor efusividad, en primer lugar, a no dejar nunca de soñar e imaginar el mundo en el que deseaban vivir y, en segundo, a tomar parte de nuevo en iniciativas de participación ciudadana que pudieran convocarse, ya fuese desde la propia Dirección del Distrito o desde órganos locales.
Los treinta y cinco proyectos que pasaron el filtro del Comité de Expertos representaban a todas las ciudades del Distrito, aunque reflejando la desigualdad en el número de habitantes de cada uno de ellas, había menos autores de las ciudades pequeñas y, en cambio, la mayoría residían en la capital y las localidades que la rodeaban.
Capítulo 4